La gente sabía que Monseñor Romero estaba luchando junto a ellos, por ello después de aquel 24 de marzo de 1980 en que fue asesinado mientras celebraba la eucaristía, a los ojos de aquellos con quienes había hecho camino de lucha, se convirtió en santo. San Romero de América, como fue conocido después, había encarado con fuerza la represión militar y había denunciado públicamente las injusticias de su país, y así tal cual como Jesús, que murió por causa de su rebeldía, Romero perdió la vida en el martirio declarando que resucitaría algún día en el pueblo salvadoreño.
El 23 de mayo de 2015, Monseñor Romero dejó de ser santo. La beatificación de Romero, lejos de ser la consecuencia de su martirio, deviene en la institucionalización de su obra. No podría ser de otra manera, sin duda alguna, en medio de una Iglesia que funciona institucionalmente, hasta la santidad debe ser reconocida. Resulta que Romero ya era santo a los ojos de muchas y muchos que siguieron luchando bajo sus consignas, ya era santo para el pueblo que lo santifico, que lo colocó en los altares de las consignas de la justicia. No hacía falta que un grupo de expertos nos recuerde la fuerza de Romero colocándole el apelativo de Beato. En realidad lejos de formalidades y ceremonias bonitas es la gente la que reconoce la santidad.
Resulta curioso que la Iglesia haya tardado 35 años en el reconocimiento de una persona que definitiva e indudablemente, gracias a su trabajo, fue colocada por los pobres en la lista de modelos a seguir, mientras que, por ejemplo, Juan Pablo II, quien dedicó su papado a acabar con la teología de la liberación (de la cual valga decir Romero es un digno representante vital) se convirtió en beato en tan solo 6 años, y en santo en tan solo nueve.
No dudo que para muchas personas, la beatificación de Romero adquiere un sentido y un significado particular, pero me niego a declarar que la santidad es tal por la firma de un acta. Personalmente creo que el día de la beatificación de Romero, es el día en que dejó de ser santo para ser un número más dentro del santoral de la Iglesia. Quizá algún día ser santo sea mucho más que el fin de un largo y caro proceso, y sea más bien el resultado de la fuerza con que un pueblo mira a sus predecesores.
Seguramente el proceso seguirá, hace falta un milagro (o una buena lectura de fe), para que se Romero sea ahora canonizado. Posiblemente sirva la corona multicolor alrededor del sol, quién sabe, lo que sí es seguro, es que después de algún tiempo es posible que veamos, en algún lugar no muy lejano, el cuadro de Romero, junto al de Escrivá de Balaguer.
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