
"Te doy el cuero de mis pies, el crujir de mis entrañas. El sufrir de mis esfuerzos para que entiendas si es fácil criticarme. Quiero darte la niña de mis ojos para que sepas lo que he tenido que mirar y hacerme el que no veo para no llorar. Si deseas, te presto mis zapatos y mi camino, los deseas, te los doy".
En este laberinto de palabras, me pregunto si es posible encontrar el camino hacia la comprensión ajena. ¿Podemos realmente ponernos en el lugar del otro, o estamos condenados a vagar en el laberinto de nuestras propias percepciones?
El escritor Jorge Luis Borges nos recuerda que "el tiempo es un laberinto sin centro ni borde" (Borges, 1989), una metáfora que también podría aplicarse a nuestra identidad, construida a partir de infinitos reflejos y perspectivas. Nuestra identidad no es una estructura fija, sino un entramado de vivencias, recuerdos y emociones que nos hacen únicos, pero también nos alejan de la comprensión absoluta del otro.
Un ala de un quinde es más rápida que la caída de una envidia. El pensamiento crudo siempre será crudo, así como el amor y el respeto siempre serán dulces, como la miel de una colmena vibrante. En este sentido, la empatía no se trata solo de un acto cognitivo, sino de una experiencia afectiva que nos permite trascender nuestras propias limitaciones y prejuicios.
Como sugiere Edith Stein (1917), la empatía es un proceso en el que nos abrimos a la experiencia del otro sin perder nuestra propia identidad. No se trata de una absorción completa, sino de un reconocimiento genuino de la otredad. Sin embargo, este proceso no es automático ni sencillo. Requiere un esfuerzo consciente por despojarnos de nuestras propias certezas y estar dispuestos a habitar el laberinto del otro.
Pero, ¿es posible que el otro realmente entienda? ¿O estamos condenados a vagar en el laberinto de nuestras propias ilusiones? La respuesta, como siempre, se encuentra en el laberinto mismo de nuestro mundo y de la vida misma.
A fin de cuentas, al ofrecer mis zapatos y mi camino, no busco que el otro se convierta en mí, sino que pueda encontrar en su propio andar la posibilidad de comprender. Como afirmaba Emmanuel Levinas (1987), la responsabilidad hacia el otro es el fundamento último de la ética, y en esa responsabilidad radica la verdadera posibilidad de empatía y justicia.
Referencias
Borges, J. L. (1989). Obras completas. Buenos Aires: Emecé.
Stein, E. (1917). La empatía y su problema filosófico.
Levinas, E. (1987). El tiempo y el otro. Madrid: Siglo XXI.
Hilder Alberca Velasco Graduado en Sociología y Ciencia Política, Universidad Federal de Integración Latinoamericana (UNILA)
Magíster en Planeamiento Urbano y Regional,(IPPUR) / Universidad Federal de Río de Janeiro (UFRJ)
Correo electrónico: havrufino123@gmail.comTeléfono: +51 921 782 300
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