Las masacres y matanzas sucedidas en Ecuador son expresiones de problemas profundos que contaminan a toda la sociedad latinoamericana. Las sendas del narcopoder son parecidas en todos los países. El dinero proveniente del narcotráfico se lava en el sistema financiero e incluso dinamiza otras esferas de producción, comercialización y servicios. La narcoproducción se sitúa en diversas extensiones territoriales, haciendas, fincas. Los laboratorios se diseminan en los sectores rurales y urbanos. La exportación se camufla bajo fachadas de empresas legales. Las aduanas permiten la exportación y lucran de ella. Las flotas navales y aéreas, aeropuertos legales y pistas clandestinas, interconectan las empresas periféricas de la droga con el mundo central de la venta. Los centros lucran de la diversión de la cocaína, las periferias de la sangre. Las toneladas de droga se exportan al mismo ritmo que el banano, el camarón y el atún.
El capital ensangrentado del narcolavado se esparce en la burocracia. Las finanzas narcodelictivas se enquistan en la Asamblea Nacional, en el ejecutivo, compran jueces, fiscales y funcionarios. Los policías y militares, activos y pasivos, están enrolados con el narco. La empresa armamentista vende por igual los contingentes de armas y municiones a las fuerzas armadas y policiales y a las organizaciones narcodelictivas.
El desenvolvimiento del negocio del polvo blanco va generando nuevas oligarquías que con su dinero despliegan prostíbulos, zonas de tolerancia, pero también en bares, restaurantes, cooperativas, empresas turísticas, bancos, campañas electorales, comercializadoras, industria cultural y artística, televisiones, radios y distribuidoras. La narcoproducción destruye partes del entorno económico histórico, sin embargo, estas fuerzas criminales conviven amablemente con las oligarquías tradicionales, mantienen el control territorial, la propiedad privada y son los más conservadores del orden establecido, porque este les permite reproducirse y expandirse.
La narcocultura se posiciona en telenovelas, cine, medios, el “patrón del mal” comunicativo se cuela en los colegios y universidades. Los códigos y el lenguaje corporal son parte del escenario de las mafias. La narcocultura conquista espacios ideológicos, simbólicos y emocionales. El narcopoder se extiende a las garantías institucionales existentes para conservar su riqueza, aunque se consagre en vías alternas. Las oligarquías tradicionales se articulan con las nuevas oligarquías del narcopoder, mientras los pobres continúan siendo pobres.
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