El equipo de conspiración se había reunido días antes cerca de una paradisiaca isla del Caribe. Habían comido, bebido y además planeado minuciosamente la manipulación de millones de personas con el fin de apoderarse del mundo (o al menos de una parte significativa de él). Por supuesto, no actuarían solos. En cada uno de los rincones seleccionados para la operación a la que se dieron el lujo de llamar “octubre rojo”, habían establecido previamente acuerdos con grandes corporaciones de la información. Llegado el día ellas serían las responsables de emitir mensajes aletargadores, para proceder a la activación del dispositivo que permitía el dominio mental. Se trataba de un aparato sofisticado que el mismo equipo se había encargado de distribuir años antes entre la población para dominarlas por medio de pantallas brillantes.
Llegado el día, el equipo de conspiración llamó a sus más fieles aliados “los aliens”, y los distribuyó en grupos de cien y de quinientos entre la población de al menos 4 países distintos. La alarma se encendió, se activaron los dispositivos de control, “los aliens” sacaron sus armas de destrucción masiva y comenzó la revuelta. Primero cientos, luego miles, luego cientos de miles en las calles, manipulados a distancia para tomar el control de todo y de paso incendiar el mundo. Todo estaba saliendo tal y como había sido pensado. Entre muertos, heridos, y traumatizados, el equipo de conspiración se había apoderado, al menos, de las mentes de quienes estaban tras las sillas del poder…
Seguramente no somos lejanos a los acontecimientos de los últimos meses en varios países de la región latinoamericana. Seguro no lo somos tampoco respecto de la información que nos ha llegado sobre todo por los canales oficiales, a los que tanto nos instan los gobiernos a recurrir. Sin embargo, ¿qué tan confiable resulta escuchar a un gobierno explicar todo un fenómeno de movilización y violencia con la invención de un “eje del mal”?
Es exactamente lo que pasa actualmente en la región latinoamericana, en la que una ola de manifestaciones en contra de las políticas del Fondo monetario Internacional, se ha tomado las calles de varios puntos del continente. Lamentablemente, en lugar de buscar alternativas, dar marcha atrás en algunas de las nuevas políticas de esclavitud, o establecer puentes de negociación real, los gobiernos, sobre todo de Ecuador y Chile, han optado por echarle la culpa a Rusia, Venezuela, Cuba, las FARC, los Latin Kings, los aliens, y hasta a los medios de comunicación alternativos.
En el caso de Ecuador, tanto su presidente, como la ministra de Gobierno, han salido en reiteradas ocasiones a hablar de una especie de mano invisible detrás de las protestas que, en realidad, respondieron a un descontento generalizado de la población. Ahora, no es la primera vez que la ministra muestra estos marcos de delirio. Previamente, con el fin de entregar a Julián Assange, habló de un espía ruso (que terminó siendo un informático sueco), y como gobierno justificaron sus decisiones acudiendo incluso a las heces fecales del asilado político.
En el caso de Chile, la cuestión ha sido bastante similar, al menos al inicio de las protestas. Siguiendo el mismo guion propuesto por Ecuador, aparecieron en escena entes oscuros, únicos capaces de explicar las olas de violencia, saqueo y vandalismo que acompañaron a las protestas. “Hay mucha evidencia de que detrás de esta situación hay fuerzas que antes no operaban, o que no sabíamos que operaban, en Chile”, dijo Piñera. Al igual que en Ecuador, en el que Lenin Moreno manifestó que la prueba de las fuerzas desestabilizadoras eran reportes de ingresos de cubanos al país en las semanas anteriores.
Es así que, en medio de historias plagadas de antagonistas, en los que se crean héroes y antihéroes, en un discurso cada vez menos creíble, asistimos a una politización de la ficción. Los guiones de comunicación de los gobiernos parecen hechos por novelistas, y las fuentes y pruebas de los relatos convertidos en oficiales pareciera que existen solo en el mundo cuántivo en el que vive el presidente ecuatoriano, después de todo, ¿quién no se imagina a Putin perdiendo el sueño por apoderarse de Ecuador?
Algunos medios de comunicación, al menos aquellos que no aparecen también como parte de las fuerzas conspiradoras, han colaborado vehementemente en la puesta en escena de este conjunto de hipótesis presentadas como verdades. Así lo podemos ver, por ejemplo, en la revista Vistazo que presenta un “informe” en que se lee, por ejemplo: “Ahora todo tiene sentido. Las acciones violentas se fueron preparando no en los últimos meses, sino en los años del correísmo. El perdón del pasado judicial a integrantes de grupos urbanos (Latin Kings y Los Ñetas), para que se integren en las filas de la policía y la milicia”.
Así, un último fantasma, el de las noticias falsas, plantea una interrogante paradójica. Curiosamente frente a una noticia calificada como “fakenews” por los estamentos oficiales, la respuesta para contrastar no está mucho menos plagada de ficción. ¿Habrá que creer entonces los guiones de gobierno y las fuentes oficiales, o en las noticias que ellos mismos, en medio de un universo ficticio, califican como falsas? ¿Qué herramientas de contraste tenemos a disposición quienes buscamos un poco de realidad?
Relea la historia presentada al comienzo de este texto, si siente que aquella le habla de la realidad, ha sido usted, con mucho éxito, subsumido al plan del “equipo de conspiración”. La ficción es, oficialmente, una política de Estado.
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