Sobre el autor[1]
Mi motivación, al escribir este texto, es muy simple y clara: quisiera ayudar las victimas del capitalismo neoliberal a combatirlo con eficacia y a liberarse así de sus efectos nefastos. Mi presentación tendrá dos partes: primero, entender por qué el mundo de hoy anda tan mal, y después, explicar lo que creo que se puede hacer para que ande mejor. ¡Nada más, nada menos!
I. ¿POR QUÉ EL MUNDO ANDA TAN MAL?
1. Efectivamente, el ¡mundo anda realmente muy mal!
Siempre, he definido el desarrollo como “el mejoramiento de las condiciones materiales y sociales de vida de los pueblos”. En 1966, cuando he comenzado a dar cursos de sociología del desarrollo, me acuerdo haber comparado los diez países más ricos del mundo con los diez más pobres, del punto de vista del Producto Interno Bruto por cabeza. En aquella época los primeros eran entre 40 a 45 veces más ricos que los segundos. Hice el mismo ejercicio en 2020, y descubrí que la desigualdad no había cambiado mucho (salvo en algunos casos aislados): los diez países más ricos de hoy son 44 veces más ricos que los diez más pobres. Por supuesto, todos los países del mundo son más ricos en 2020 que en 1966, pero los que ya eran los más ricos en 1966 lo son mucho más en 2020, mientras que los que ya eran los más pobres lo son solamente un poco menos.
Desde los años 2005-2010, en muchos países del mundo, númerosos actores populares se han rebelado contra sus condiciones materiales y sociales de vida. Sin pretender hacer aquí un inventario exhaustivo, nos recordaremos de algunos casos: en el mundo árabe (Túnez, Libia, Egipto, Siria, Líbano, Argelia, Irak); en Asia (Irán, India, Indonesia, Hong Kong, Birmania); en África (Sudán, Etiopía, Eritrea, los países del Sahel); y en América latina (Haití, Chile, Ecuador, Colombia). Y esto, sin contar el terror y los daños sembrados por varias bandas armadas incontrolables, que quieren tomar el poder para imponer su concepción de la vida individual y social. Y sin contar tampoco los pueblos muertos de hambre y aterrorizados que no se atreven a protestar porque saben lo que les pasará si lo hacen: ¡la represión de sus gobernantes será terrible!
Además, las leyes de la naturaleza están perturbadas por las actividades (técnicas, económicas, militares) de los humanos y las reacciones naturales amenazan directamente el futuro de la especie humana. Por primera vez en la historia, el peligro de destrucción de la humanidad a corto o mediano plazo es bien real. Parece que ¡el “homo” perdió su “sapiens”!
Otros hechos importantes son, primero, que los pueblos que se rebelan atribuyan la culpa de sus problemas a sus dirigentes políticos, percibidos como incompetentes, traidores, mentirosos, corruptos, incapaces de cumplir con las esperanzas que han despertado en la consciencia de su población; y segundo, que estos dirigentes políticos se defienden contra las revueltas populares, ejerciendo una represión muy violenta, sin piedad: ellos, y las fuerzas armadas que los protegen, ¡están dispuestos a matar!
Estos son hechos: es así (se pueden matizar mucho, pero ¡es así!) Las semillas de la violencia están omnipresentes en el mundo, como si estuviéramos en una tercera guerra mundial. Y en varias partes de la tierra, nuevos muros inútiles se están levantando para separar grupos de humanos que huyen de sus países o que no se aguantan más. Para convencerse de esto, basta con mirar cualquiera de los informativos difundidos por las televisiones.
Pero, ¿por qué es así? Es cierto que la cuestión es muy compleja. Pero, como lo decía uno de mis profesores, el que quiere comprender lo que pasa en los países pobres tiene que comenzar por comprender lo que pasa… ¡en los países ricos! Desde los años 1960, y sobre todo después de 1970-1980, muchos cambios importantes se produjeron en los países del Norte-occidental. Después, estos cambios extendieron sus efectos muy rápidamente hacia el mundo entero. Entre todos estos cambios, dos me parecen fundamentales: la hegemonía mundial del capitalismo neoliberal y la mutación del modelo cultural de la modernidad. Veremos que el encuentro contradictoria entre estos dos cambios es lo que explica las rebeldías populares que estallaron, principalmente (pero no exclusivamente) en los países del Sur.
2. La hegemonía mundial del capitalismo neoliberal
El capitalismo tiene una extraordinaria capacidad de adaptarse al medio en el cual esta operando, de crear nuevas maneras de funcionar, y de sobrevivir a los cambios que el mismo produce. Hemos conocido cuatro edades del capitalismo: el capitalismo artesanal-mercantilista (siglos XV hasta XVIII); el capitalismo industrial salvaje (el que Marx analizó en el siglo XIX); el capitalismo proteccionista y de bienestar social (desde la crisis de 1929 hasta los años 1970); y finalmente, el capitalismo neoliberal mundializado, que se impuso a partir de los años 1970 y que sigue hegemónico hasta hoy[2]. En cada etapa de su evolución, su lógica de funcionamiento fue distinta y es muy importante comprenderla bien (sobre todo si queremos combatir sus nefastas consecuencias).
Veamos cual es la lógica de funcionamiento del capitalismo neoliberal.
a. La mutación tecnológica (informática, robótica, inteligencia artificial, genética…), que ocurrió al comienzo de los años 1970, ha producido un extraordinario aumento de la productividad del trabajo. Para las grandes empresas, las que supieron tomar este “viraje tecnológico”, los mercados internos se revelaron demasiado chicos para absorber todos los bienes y servicios que estas empresas eran capaces de producir. Por lo tanto, tuvieron que competir entre ellas para buscar activamente nuevos mercados en el mundo entero.
b. Para conquistar estos mercados externos, los grandes capitalistas presionaron a los Estados nacionales, y consiguieron que reduzcan o eliminen los derechos arancelarios (que protegían a los mercados nacionales contra la competencia extranjera), y que dejen así circular libremente los bienes, los servicios y los capitales. Esto provocó una mutación económica: fue resucitada la famosa creencia en el viejo liberalismo del final del siglo XVIII y de todo el siglo XIX (la concepción del economista escocés Adam Smith, 1723-1790). Según esta concepción, la economía no necesitaría ser regulada por el Estado, porque la “mano invisible” del mercado siempre estaría cuidando por el interés general de la nación. Según A. Smith (y muchos otros), hay que dejar que los empresarios compitan entre ellos, cada uno preocupado por maximizar sus intereses: sería la mejor manera de hacerlos contribuir al interés común, sin que se den cuenta, simplemente porque los más competitivos eliminan a que lo son menos. De allí renació, en los años 1970-1980, el liberalismo que hemos llamado “neo” liberalismo. Y fue una poderosa manera de producir riqueza económica: en tres o cuatro décadas, los países (los que supieron practicar hábilmente el capitalismo neoliberal) multiplicaron por tres, por cuatro (a veces más[3]) la riqueza de su nación. Creo que jamás en su historia, la humanidad ha producido tanta riqueza económica en todos los sectores de actividad y destinados a satisfacer tantas necesidades.
c. La eficacia del capitalismo neoliberal fue tan grande que produjo una mutación del orden político internacional. Como bien se sabe, este orden se regulaba por las relaciones (más o menos tensas) entre los dos bloques (Este y Oeste) que habían ganado la segunda guerra mundial. Pero el bloque del Este entró en crisis: era demasiado burocrático y rígido para resistir a las exigencias de la competencia internacional. Gorbatchev intentó reformar la URSS (glasnost, perestroika), pero sus propuestas fracasaron. Y el neoliberalismo triunfo, después de 1989, en todos los países que eran parte del bloque del Este. A partir de entonces, el orden mundial (político y económico) fue regulado de otra manera, por las grandes organizaciones internacionales, como el BM (banco mundial), el OMC (oficio mundial del comercio), el FMI (fondo monetario internacional), la OCDE (organización de cooperación al desarrollo económico), y por supuesto, la ONU y sus múltiples ramificaciones. Todas estas organizaciones (salvo la ONU) son pagadas por los países más ricos del Norte-occidental, y son favorables a la generalización del modelo neoliberal en el mundo entero. También, se constituyeron grupos de Estados que se concertaron entre ellos (G7/8, G20), que organizaron mercados comunes (entre otros, el Mercosur), o que intentaron coordinar su vida común (la Unión Europea).
d. Los tres cambios anteriores explican también la necesidad de una mutación política. Esta fue (y es todavía) la más difícil, porque se resisten más los actores, es decir los partidos, acostumbrados a funcionar en el sistema de la democracia parlamentaria representativa. Pero los dirigentes políticos de los Estados nacionales tuvieron que adaptarse al neoliberalismo y adoptar los cambios que los capitalistas neoliberales exigían. Y estos cambios fueron muy radicales: privatización de las empresas y de algunos servicios públicos; austeridad presupuestaria, es decir reducción de los subsidios a las políticas sociales, a la vida cultural, al funcionamiento mismo del Estado; fin de las ayudas públicas a las empresas nacionales en dificultad, y respeto de la libre competencia con los inversionistas extranjeros; tolerancia y facilidades fiscales: no demasiado impuestos (si posible ninguno), regalos fiscales, tolerancia de los paraísos fiscales; reducción de la soberanía nacional (en beneficios de tribunales internacionales que juzgan los litigios), etc. Con estos cambios, los ciudadanos se dieron cuenta que sus dirigentes políticos nacionales habían perdido la soberanía de sus países, que muchos de ellos estaban corruptos, comprados, que hacían promesas electorales, sabiendo que no las podían cumplir… Y el régimen democrático parlamentario y representativo entró en una crisis profunda: las ideologías de izquierda (el comunismo, y el socialismo) perdieron su credibilidad; los electores (sobre todo los más jóvenes) dejaron de votar; la extrema derecho (populista, pero también mucho más agresiva) volvió… Y los pueblos, disgustados, gritaron en las calles: “¡que se vayan todos!”.
e. Las cuatro mutaciones mencionadas más arriba provocaron una quinta mutación, también fundamental: la mutación del contrato social. ¿Cómo coexistir pacíficamente en sociedades que parecen ser gobernadas exclusivamente para el máximo beneficio de algunos de sus miembros, los más ricos, y no para todos? Son sociedades donde la colusión entre los dirigentes económicos y los dirigentes políticos producen desocupación laboral, exclusión social, y donde las desigualdades no dejan de crecer. En estas condiciones, el viejo “contrato social”[4] del Estado de Bienestar social (Estado-Providencia) dejó de funcionar: el Estado no pudo seguir gastando tanto dinero (tuvo que ser un “Estado mínimo” y practicar la “austeridad presupuestaria”). Las consecuencias fueron numerosas: reducción del financiamiento por el Estado de las políticas de solidaridad social (las indemnidades de desocupación son menos generosas, la salud y la educación cuestan más caro para los ciudadanos, también la vivienda, el transporte, la información, y las pensiones no alcanzan para vivir…); todo esto para que un pequeño grupito de capitalistas, ya bastante ricos, pueda seguir enriqueciéndose más aún. Estos cambios son los primeros ingredientes de las rebeldías populares. Sin embargo, no es todavía suficiente para desencadenar un movimiento de reivindicación social: en la historia, los pueblos fueron muy pacientes, y aguantaron la explotación, la discriminación, el hambre y la miseria sin rebelarse. Lo que falta, lo que es decisivo, es la dimensión cultural, que examinaremos en el punto “3”, más adelante.
f. Finalmente, tenemos que señalar una sexta mutación, tan esencial como las cinco primeras: la mutación de la integración social. Para que una colectividad humana funcione bien, cada uno de sus miembros tiene que aprender de los otros (sus padres, sus maestros, sus amigos, sus vecinos, y todas las instituciones del Estado), cuáles son sus roles sociales y cómo tiene que cumplirlos (ser hijo/hija, ser alumno/alumna, ser novio/novia, ser marido/esposa, ser padre/madre, ser trabajador/trabajadora, ser ciudadano/ciudadana, y varios otros). Pero para que pueda cumplir estos roles como se debe, tiene que disponer de los recursos que son necesarios: la salud, la educación, la información, el empleo o alguna fuente de ingresos, la vivienda, la seguridad (social y física), etc. La idea básica del neoliberalismo es que cada individuo tiene que arreglarse solo, sin depender (o lo menos posible) del Estado, para conseguir estos recursos. Esto generaliza el individualismo y el mérito individual como modo de integración social: las colectividades humanas son transformadas en una suma de individuos que buscan, cada uno por su cuenta, cómo conseguir los recursos de su vida. Y, justamente, como lo veremos más adelante, la ideología neoliberal dice a cada uno de estos individuos cómo tiene que hacer para conseguirlos: ser un Consumidor insaciable (y endeudado), un Competidor despiadado (y despolitizado) y un Comunicador incansable (que pasa su vida en internet). Es decir, exactamente el tipo de persona que el capitalismo neoliberal necesita para funcionar bien según su lógica propia: un ¡“individuo CCC”!
Para que mis lectores entiendan bien lo que es “la lógica de funcionamiento del capitalismo neoliberal”, tengo que hacer, brevemente, dos observaciones más. La primera es que este capitalismo no es solamente un régimen económico, sino más bien un régimen global. Para funcionar “bien”, necesita una “colaboración” entre los seis campos relacionales constitutivos de la vida común (técnico, económico, internacional, político, contrato social e integración social). Estos campos forman un todo, es decir que los actores de cada uno necesitan que los del precedente y los del siguiente se conformen a las exigencias de la lógica global. Si no lo hacen (si se resisten o se niegan), bloquean, o por lo menos, ralentizan y perturban todo el proceso. Mi segunda observación es que, finalmente, esta lógica es muy simple (muy ¡lógica!) Cualquier lector, medianamente informado e interesado por la vida social y política (estos lectores ¡por los cuales yo escribo!), es capaz de comprender el análisis que presento aquí.
3. La mutación del modelo cultural de la modernidad
El ser humano es un “animal de sentido”. Eso significa que necesita que los otros le enseñen cómo tiene que comportarse si quiere tener una vida que tenga sentido (que no sea ni absurda ni arbitraria), una “vida buena” que sea considerada como digna por lo otros y por él mismo. No es solamente un animal social – hay muchos otros: las hormigas, por ejemplo –: es un animal social que su evolución ha dotado de un nivel elevado de inteligencia y de consciencia. Por lo tanto, toda colectividad humana produce referencias culturales (representaciones, valores, normas de conducta) que “dicen” a sus miembros lo que tienen que encontrar bueno (o malo), bonito (o feo), justo (o injusto), verdadero (o falso) en su vida personal y colectiva, en todo lo que hacen, dicen, piensan y sienten. Este conjunto de referencias es lo que se llama un “modelo cultural”: es una concepción de la “vida buena”. Por supuesto, los modelos culturales reinantes varían de una colectividad humana a otra, y varían también con el tiempo en cada una de ellas.
Por ejemplo, en Europa occidental, hasta las revoluciones industriales modernas las referencias culturales reinantes fueron definidas por el “modelo cultural cristiano”: tener una “vida buena” era obedecer a los mandamientos que la Biblia atribuía a Dios, y después, que la Iglesia católica y los Papas (supuestamente infalibles) atribuyeron a Jesús-Cristo. Pero, después de varios siglos de lucha (desde el Renacimiento y el Siglo de las Luces hasta las revoluciones industriales modernas), cuando la modernidad logró imponer su concepción del mundo y de la vida (técnica, económica, política, social), el modelo cultural reinante cambió. En pocas décadas, el modelo cultural cristiano perdió una gran parte de su credibilidad (sin desaparecer) y de su hegemonía (proceso de secularización). La gente se puso a creer en otras referencias culturales que fueron presentadas como los nuevos “principios de sentido” que orientarían a los actores de la primera modernidad, la “modernidad progresista”. Recordaremos brevemente ¿cuáles eran estos principios de sentido?
a, El modelo cultural de la modernidad progresista
- La Razón: la relación del ser humano con el mundo (natural, sobrenatural, social e individual) tiene que ser regida por la ciencia: los humanos tienen que observar la realidad del mundo, imaginar hipótesis, experimentar, comparar, averiguar, y formular las leyes que lo rigen.
- El Progreso: a partir de los descubrimientos de la ciencia, se puede inventar métodos e instrumentos técnicos que sirven para transformar el mundo gracias al trabajo humano, y así, mejorar mucho las condiciones materiales y sociales de vida (facilitar el trabajo, el transporte, mejorar la salud, alargar la vida, aliviar poco a poco la condición humana).
- La Nación-Patria: el espacio territorial sobre el cual está organizada la vida común tiene que ser amado por sus habitantes y defendido contra la agresividad de los vecinos cercanos o lejanos: es “nuestra Patria”, por la cual, cada uno tiene que vivir y, si necesario, morir; ninguna otra Nación puede interferir en nuestros asuntos internos.
- La Democracia representativa: los seres humanos no necesitan, para gobernar su vida común, ni el poder espiritual de los dioses y de los cleros, ni el poder temporal de los reyes y de los aristócratas. Los humanos no son solamente seres racionales, también son razonables: son capaces de autogobernar su vida común por la democracia representativa, en el respeto de la libertad de cada uno de sus miembros.
- La Igualdad en Utilidad: los seres humanos “nacen y permanecen libres e iguales en derechos. Las distinciones sociales solo pueden basarse en la utilidad común.”[5] Sus derechos son la libertad, la propiedad, la seguridad, y la resistencia a la opresión. Por lo tanto, la utilidad limita la igualdad: entre los humanos, hay los más útiles, los menos útiles, los inútiles y los nefastos: no son iguales.
- El Deber: la vida común implica una división social del “trabajo”: cada miembro del colectivo tiene que cumplir con los deberes (las normas) que corresponden a los roles sociales que cumple. De tal manera que cada uno tiene interés en cambiar su libertad natural (hacer lo que quiere a sus riesgos y peligros), por una libertad política que garantice la seguridad de su persona y de sus propiedades.[6]
En la modernidad progresista, conformarse a estos seis principios era lo que cada uno tenía que hacer para tener una vida que tenga sentido, una “vida buena”.
b. La crisis del modelo cultural progresista
Todo modelo cultural propone a los humanos una utopía muy bonita y deseable que, supuestamente, debería permitirles organizar la cooperación entre ellos, para vivir felices, en paz, en “el mejor de los mundos”[7]. Lastimosamente, en el curso de la historia, las cosas suelen pasar de manera muy diferente. Siempre, la cooperación genera conflictos, competición y/o contradicciones que la perjudican. La modernidad progresista fue una de estas lindas utopías, en nombre de la cual, los actores hicieron, durante dos siglos, muy buenas cosas para mejorar las condiciones de vida de los humanos, sobre todo de los que viven en los países del Norte-Occidental. Pero también, en el nombre de los mismos principios, cometieron una gran cantidad de crímenes (explotación, colonización, guerras entre las naciones, fascismos, persecuciones, intolerancias…). De tal manera que, a partir de la segunda mitad, y sobre todo, del tercer tercio del siglo XX, los principios de sentido de la modernidad progresista entraron en crisis, es decir que su credibilidad (su poder de legitimación de las practicas de los actores) comenzó a disminuir. Desde los años 1960 y hasta hoy, todos los “olvidados de la modernidad” (los pueblos de los países colonizados, las mujeres, los jóvenes, los pobres, los homosexuales[8]…) empezaron a denunciar la traición de la modernidad progresista por los dirigentes de la economía y de la política. Y ¿en qué consistía esta traición? En lo de siempre: estos dirigentes estaban interpretando los principios de sentido del modelo cultural progresista de tal manera que sirvieran a sus intereses particulares, sin preocuparse mucho del interés general.
Daremos algunos ejemplos de estas “interpretaciones contrarias al interés general”:
- La Razón: conocer las leyes de la naturaleza y actuar sobre ellas puede también perturbar los equilibrios naturales, y estas perturbaciones pueden, a veces, amenazar gravemente la supervivencia de la humanidad (es el caso del calentamiento del planeta por ejemplo); así que no cualquier descubrimiento científico es bueno;
- El Progreso: también, no cualquier técnica nueva constituye un progreso; números ejemplos pueden ser citados de innovaciones tecnológicas que tuvieron efectos muy nefastos (desde los abonos que envenenan las aguas subterráneas hasta la bomba atómica).
- La Nación-Patria: la idea de Nación fue una nueva manera de crear identidades colectivas que permitieron sobrepasar las tensiones entre regiones (condados, ducados, principados…) y construir entidades más grandes y fuertes. Pero también, los conflictos bélicos entre estas identidades fueron una fuente inagotable de guerras devastadoras (desde las guerras napoleónicas hasta las guerras mundiales del siglo XX).
- La Democracia es un valor fundamental de la modernidad que, en general, ha sido traducido por el régimen parlamentario y representativo, con varias modalidades de elección. El problema es que los elegidos tienen interés en escapar al control de sus electores, y que, como contraparte, los electores no están tampoco muy dispuestos a controlar a los elegidos.[9] Y este se termina por la dominación de los partidos políticos: la partidocracia.
- La Igualdad en Utilidad: los que son considerados como de igual utilidad son tratados igualmente; pero… los criterios de evaluación de la utilidad son fijados por los que se consideran como los más útiles (por ejemplo, el trabajo intelectual es mejor pagado que el trabajo manual; los hombres son más pagados que las mujeres…).
- El Deber: en su práctica concreta, los seres humanos, en lugar de elegir entre los dos tipos de libertades (natural y política), prefieren gozar de ambas a la vez (engañar la ley y reclamar su protección por ejemplo); aun si necesitan de la vida colectiva para desarrollarse como personas en medio de los otros, su individualismo no desaparece nunca.
Con esta crisis de la modernidad progresista y con la mutación del capitalismo que se produjo en el mismo tiempo (ver arriba, el punto I,2), se puede decir que el mundo (comenzando por los países del Norte-Occidental, pero extendiéndose después casi en todos los otros países) entró en una época de transición no solamente de las prácticas (técnicas, económicas, políticas y sociales) sino también de las creencias culturales. Hemos dejado, poco a poco (en un medio siglo: de 1970 a 2020), de creer en los principios de sentido de la primera modernidad (progresista) y nos pusimos progresivamente a creer en nuevos principios de sentido, que yo llamo el modelo cultural subjetivista de la segunda modernidad.
c. El modelo cultural subjetivista de la segunda modernidad
Con este cambio, la “vida buena” ha sido redefinida de otra manera: lo que los seres humanos de hoy tienen que considerar como bueno, bonito, justo y verdadero, y lo que tienen que hacer, decir, pensar, sentir si quieren considerarse y ser considerados como teniendo una “vida buena” es, en gran parte distinto de lo que era hace un medio siglo.[10] Veamos cuales son :
- La Ética. La Ciencia tiene que rendir cuentas a un valor superior a ella misma: la Ética. Por ejemplo, ciertas investigaciones delicadas sobre el genoma humano, ciertas manipulaciones genéticas (como la clonación) tienen que ser solicitadas y autorizadas por una Comisión de ética; lo mismo vale para todas las ciencias, naturales y humanas.
- La Ecología. El Progreso tiene que ser responsable delante de algo más importante que él: la Naturaleza. Tenemos que protegerla, cuidar los recursos no renovables, la biodiversidad; tenemos que respetar las leyes de la naturaleza porque somos parte de ella, como los vegetales, los animales, el agua, el aire, la tierra, los mares, etc.
- La Tolerancia. Las relaciones entre las naciones tienen que ser regidas por un principio más importante que ellas mismas: la Tolerancia. Tenemos que instituir dispositivos que permitan asegurar la coexistencia pacífica entre todos los componentes de una humanidad por fin pacificada; la ONU tiene que intervenir en todos los lugares donde la paz está amenazada.
- La Democracia directa. El que delega su poder lo pierde (como ya lo decía J.-J. Rousseau en 1762). El ciudadano es más importante que el representante, el elector vale más que el elegido. Por lo tanto, la democracia tiene que ser directa: referéndum, asambleas, cabildos, plebiscitos, descentralización, federalismo…
- La Equidad. La Igualdad no tiene que ser evaluada con el criterio de la utilidad, sino con un criterio más importante: el Merito. La Equidad es precisamente la igualdad de mérito (como es el caso en las competencias deportivas). Y el mérito se mide a la creatividad, la imaginación, la libertad del pensamiento, y la experiencia.
- El Individuo-Sujeto-Actor.[11]. El Deber tiene que ser conciliado con el Derecho de cada individuo de ser sujeto de sí mismo y actor autónomo de su vida personal. Este imperativo general se traduce en algunos “derechos-deberes” más concretos de cada individuo. Son los derechos-deberes de “ser sí mismo”; de “elegir su vida”; de “ser feliz” (en su cabeza, su cuerpo y su corazón); de “ser prudente” y de “ser tolerante”.
Es importante darse cuenta del cambio radical que representa esta mutación del modelo cultural de la modernidad. Por primera vez en la historia (de Europa occidental, pero, muy probablemente del mundo), la cultura reinante “dice” (a través de múltiples canales de comunicación) que estos principios nuevos que acabo de enunciar son legítimos. Nunca antes (que yo sepa), una colectividad había dicho a todos sus miembros: “tienes el derecho de ser tú mismo y de elegir tu vida; de vivir en un mundo seguro, en paz, de expresar tus necesidades, de sentirte bien en la naturaleza, etc.” Veamos ahora lo que pasó con esto.
4. La causa principal de las rebeldías y de la violencia.
Los dos cambios fundamentales mencionados más arriba (la hegemonía del capitalismo neoliberal y la mutación del modelo cultural de la modernidad) son profundamente contradictorios.
Lo seres humanos de hoy (sobre todo los jóvenes) sienten y desean (conscientemente o no, incluso si no lo pueden formular como yo lo hago aquí) que tienen el derecho (y el deber) de conformarse a los principios de sentido del modelo cultural subjetivista, que así tiene que ser su “vida buena”. Y, en el mismo momento dónde sienten y desean esto, se acuerdan de que viven en un mundo gobernado por una clase económica capitalista neoliberal y unos dirigentes políticos cómplices de la primera que, precisamente, les quitan los recursos para poder conformarse a lo principios de sentido de este modelo cultural. De una parte, el modelo cultural les invita a esperar, a creer, a formar sus expectativas, a trabajar, a invertir su energía en este proyecto de auto-realización personal; de otra parte, lo lógica neoliberal los excluye del empleo, del ingreso, de la salud, de la educación, de la vivienda… porque todo esto es ¡demasiado caro para muchos de ellos!
Esta contradicción es, simplemente, ¡desesperante! Importa mucho comprender por qué. Para un individuo, pensar que “yo no seré nunca nadie” es muy distinto cuando siempre ha sabido que “es así por mi condición social, como lo fue también para mi padre, para mi abuelo” que cuando “todos me han dejado creer que yo podía y que yo tenia que ser alguien en mi vida”. La sociología sabe, desde los siglos XVIII, XIX y XX (tiempo de las grandes revoluciones), la influencia que tiene la esperanza de una vida mejor sobre el comportamiento de los pueblos dominados: cuando no esperan, se resignan, cuando esperan están dispuestos a pelear para cumplir sus expectativas. La manera más eficaz de provocar la rebeldía de un pueblo es hacerle promesas de reformas que van a mejorar sus condiciones de vida, y después, retractarse y no cumplirlas. Esto provoca una “frustración relativa” que genera un profundo sentimiento de injustica, y que desata la rebeldía: es la principal de las razones que lo hacen bajar a las calles para ¡gritar su rabia! Y, a veces, para ¡quebrar todo!
II. ¿QUÉ HACER PARA QUE El MUNDO ANDE MEJOR?
1. Lógica dominante y lógica dirigente
Los que controlan y gestionan la riqueza económica (la clase gerencial) y los que ejercen el poder político (los gobernantes) son dos actores sociales indispensables: las funciones que cumplan son vitales en toda colectividad humana. Sin embargo, estos actores pueden ejercer estas funciones de dos maneras: pueden ponerse al servicio del interés general de toda la colectividad o pueden limitarse a velar por sus intereses particulares. En el primer caso, diremos que obedecen a una “lógica dirigente”, y en el segundo, a une “lógica dominante”[12]. En general, mezclan estas dos lógicas: tienen una cierta consciencia de la misión cívica que cumplen), pero los puestos que ocupan les permiten también cuidar mucho sus intereses privados y los de su familia y amigos. En realidad, no es por ser buenas o malas personas que prefieren practicar una lógica más que la otra, es por la lógica misma de las relaciones sociales en las cuales están involucrados. Voy a tomar un ejemplo que nos interesa directamente aquí. Es muy sabido que la mayor parte de los capitalistas neoliberales son mucho más dominantes que dirigentes: es un hecho, públicamente denunciado en los países donde son ellos que controlan y gestionan la riqueza económica. Esta preferencia por la lógica dominante les hace cometer varios “comportamientos incívicos” (contrarios al interés general).
Recordemos cuáles son exactamente estos comportamientos dominantes.
a. Explotar y precarizar los trabajadores: pagar salarios lo más bajos posibles; imponer contratos de trabajo a tiempo parcial, o a duración determinada; recurrir al trabajo sin contrato; pagar menos a las mujeres que a los hombres; acortar el tiempo de aviso con anticipación en caso de despido; imponer malas condiciones de trabajo…
b. Engañar los consumidores: inundar el mundo (las calles, los medios de comunicación, las redes sociales) de publicidad para manipular las necesidades (crear nuevas); incitar los consumidores a endeudarse con los bancos y con empresas financieras; practicar la obsolescencia programada; utilizar en los productos alimentarios preservantes y otros productos químicos que pueden dañar la salud de los consumidores…
c. Destruir el medio ambiente: contaminar los suelos y las aguas subterráneas, el aire, los ríos, los glaciares, el mar; destruir los bosques y la biodiversidad; explotar los recursos naturales no renovables como si fueran ilimitados; transformar el océano en basurero…
d. Engañar y corromper el Estado: practicar el fraude fiscal para pagar menos impuestos; expatriar las ganancias de sus empresas en paraísos fiscales; exigir regalos fiscales o reducciones de impuestos (en particular sobre las fortunas); negar o reducir su participación financiera en la Seguridad social (las indemnizaciones de desocupación, las pensiones, los seguros contra las enfermedades y los accidentes); corromper los dirigentes políticos y los funcionarios…
e. Privatizar los bienes comunes: hacer ganancias privadas con bienes y servicios que no pueden ser mercancías, sometidos a la ley de la oferta y de la demanda, porque pertenecen al patrimonio común de la humanidad, porque responden a necesidades vitales y constituyen por esto el interés general de los pueblos. Estos bienes y servicios tienen que seguir siendo públicos, gestionados por el Estado, y sus precios deben estar al alcance de todos.
f. Colaborar con inversionistas extranjeros, que no tienen por qué preocuparse del interés general. Lo que les interesa - es banal decirlo - es ganar mucho dinero, explotando los recursos de un país extranjero. Colaborar con ellos, sin exigir condiciones, es un comportamiento irresponsable e incívico. Sin embargo muchos empresarios de los países del Sur, partidarios del modelo neoliberal, participaron en alianzas con empresas multinacionales extranjeras cuyo objetivo era la explotación de recursos naturales.
g. No respetar los derechos humanos: hacer trabajar niños, mujeres y hombres en condiciones inhumanas; deslocalizar sus empresas en países donde los dirigentes políticos prohíben el sindicalismo; financiar golpes de Estado para cambiar los gobiernos que no les convienen; sostener gobiernos que no respetan los derechos humanos… son también prácticas contrarias al interés general.
¿Por qué se comportan de esta manera?
Estos comportamientos se explican por la lógica de la competencia que es el credo del liberalismo y del neoliberalismo. En efecto, como ya lo dije, según el discurso ideológico liberal, la competencia seria la “mano invisible” que tendría la virtud de favorecer a los consumidores, seleccionando los productos de la mejor calidad, vendiéndolos a los mejores precios. Esta afirmación es objetivamente falsa: ¡es una mentira! La verdad es que cada uno de estos comportamientos incívicos tiene la “virtud” de reducir los costos de producción de los bienes y servicios que las empresas capitalistas tienen que vender sobre los mercados. Por lo tanto, cada uno de estos comportamientos permite aumentar la competitividad de la empresa sobre estos mercados y así, conservar los que ya tiene y conquistar nuevos.
Dicho de otra manera, no son las cualidades personales de los capitalistas neoliberales que explican estos comportamientos incívicos, sino la lógica de la relación entre ellos, que los hace preferir ser dominantes más que dirigentes. El “gerente/dueño” de una empresa o la Asamblea general de los accionistas que, por una u otra razón, (por ejemplo por motivos religiosos, éticos o cívicos) se negaría a comportarse de esta manera puede estar más o menos seguro de ser eliminado del mercado por los otros competidores en poco tiempo. El mundo económico neoliberal es un mundo en el cual los más incívicos ganan más que los que lo son menos, todos los otros pierden algo, a veces ¡pierden todo! Y son los más ricos que dictan las reglas del juego. Además, se niegan a tener árbitro: prefieren que el Estado no intervenga.
2. ¿Qué hacer para obligar la clase capitalista neoliberal a ser dirigente?
¿Qué hacer frente a una clase capitalista neoliberal más dominante que dirigente, y a unos dirigentes políticos cómplices de ella y que reprimen duramente las protestas populares? Hay varias soluciones. Algunos creen que es posible escapar a la dominación neoliberal, consiguiendo los bienes y servicios que necesitan en empresas alternativas que funcionan bajo una lógica de solidaridad (la economía “social solidaria” o la economía “de transición”). Otros, en el otro extremo, creen hay que eliminar las empresas neoliberales, expropiarlas de sus bienes y nacionalizarlas (dicho de otra manera, hacer la “revolución”). Y, por supuesto, entre medio de estos dos extremos, están los que piensan que hay que imponer a los capitalistas neoliberales unas regulaciones políticas. Personalmente (para poner bien claramente mis cartas sobre la mesa), estoy convencido que la tercera solución es la mejor: la menos costosa en vidas humanas, la que más puede desarrollar la consciencia ciudadana de los pueblos, y la más eficaz.[13] Pero ¿quiéue puede imponer semejante limitaciones?
A partir de la unificación de los movimientos sociales existentes en cada país del mundo (siempre hay movimientos sociales pero habitualmente asilados los unos de los otros, cada uno ocupado con la Causa que defiende), hay que crear un movimiento social cívico mundial, capaz de ejercer una presión conflictual suficientemente fuerte sobre los dirigentes políticos, para que ellos prohíban por leyes los comportamientos incívicos de los dirigentes económicos y para que los obliguen a financiar el mejoramiento de las condiciones materiales y sociales de vida del conjunto de la población, es decir, a promover un verdadero desarrollo del país. Esta propuesta es perfectamente realista, como lo vamos a ver al desarrollarla a continuación. Estoy convencido que las condiciones están reunidas hoy para crear un movimiento mundial de protesta contra el neoliberalismo.
3. Pero ¿qué es un movimiento social cívico?
Cualquier movimiento social puede ser definido como una acción colectiva, solidaria y conflictual, que tiene cuatro componentes fundamentales. El actor que participa en la movilización tiene una identidad (“nosotros los”...); él se opone a un adversario (“contra ellos los”...); del cual reclama un bien legitimo (“en nombre de…”); y emplea ciertos métodos de lucha (“con cuáles métodos”… )[14]. El movimiento obrero fue, durante por lo menos un siglo, el ideal tipo del movimiento social: “Nosotros los proletarios, contra ellos los patrones burgueses, en nombre del mejoramiento de nuestras condiciones materiales y sociales de trabajo y de vida, y por el método de la huelga”. Con esta larga y dura lucha, el movimiento obrero consiguió la transición del capitalismo salvaje del siglo XIX al capitalismo de Estado-Providencia del siglo XX (el que fue en gran parte destruido por el capitalismo neoliberal).
Es importante explicitar estas cuatro componentes en el caso del movimiento cívico que nos interesa aquí.
Escuchamos lo que dice la gente del pueblo:
a. Nosotros los...
Nosotros los ciudadanos de este país (trabajadores, contribuyentes, consumidores de bienes y servicios privados, usuarios de bienes y servicios públicos, jóvenes, adultos y viejos, creyentes o no, de diversas culturas, habitantes de la tierra y participantes de la naturaleza...), todos contribuimos, de diversas maneras, años tras años, a producir la riqueza económica de nuestro país. En tanto que ciudadanos, tenemos derechos: a la salud, la educación, la vivienda, el empleo, la seguridad, la libertad de expresión, la resistencia a la opresión... Todos estos bienes, les necesitamos para tener una “vida buena”, para ser sujetos de nosotros mismos y actores autónomos de nuestra vida personal. Pero resulta que no los tenemos, o por lo menos, no en suficiencia, porque son apropiados por los dirigentes de la economía, que se los reparten entre ellos y con los dirigentes políticos. Nosotros somos los ciudadanos engañados, cuyas necesidades son constantemente manipuladas por la publicidad que nos pone en la nariz los bienes y servicios que desearíamos consumir, pero que no podemos comprar porque son demasiado caros (salvo endeudándonos, lo que es peor aún). Esta frustración de todos los días nos parece profundamente injusta, inadmisible, intolerable.
b. Contra ellos...
Los que se apropian los excedentes económicos – cualquiera que sea su forma: plusvalía sobre el trabajo, intereses bancarios, rentas inmobiliarias o royalties, ganancias especulativas o beneficios comerciales – son los propietarios de las empresas que gestionan estas ganancias según sus intereses. Es muy importante entender que esta apropiación pasa por el mercado, sea financiero (endeudamiento), sea comercial (consumo). En otras palabras, lo que es decisivo para que el capitalista pueda entrar en posesión de los excedentes es que existe una demanda solvente, dispuesta a pagar el precio del mercado. Por lo tanto, la capacidad de las empresas de “crear necesidades” y de renovarlas permanentemente por la manipulación de la consciencia[15] (o del subconsciente) de los consumidores, es la primera clave del sistema: el cliente compra porque tiene el deseo irreprimible de poseer el último modelo de tal o tal bien o servicio que está de moda. Para lograr este resultado, la publicidad frenética es el método más eficaz. La segunda clave del sistema es la competitividad, como ya lo dijimos (ver el punto II,1). Para ser, y seguir siendo, competitivos en un mercado libre, los capitalistas tienen que practicar varios o todos los comportamientos incívicos que hemos mencionado más arriba, es decir que su gestión tiene que ser más dominante que dirigente.
c. En nombre de… dos apuestas fundamentales:
— Prohibir por leyes los comportamientos incívicos de los capitalistas neoliberales;
— Obligarlos por leyes a asumir su responsabilidad en el desarrollo de la colectividad.
El desarrollo es un tema muy complejo. Durante muchos años (desde 1950 hasta el fin del siglo XX), el desarrollo era sinónimo de modernización de la sociedad y de industrialización de son economía. Por lo tanto, los “modelos de desarrollo” eran las vías de la industrialización tales como fueron practicadas con éxito por los países del Norte: la vía liberal británica y después, norteamericana; la vía nacionalista alemana, francesa, etc.; la vía socialdemócrata de los países escandinavos, y la vía comunista de la URSS. Los dirigentes de los países del Sur se peleaban, a veces con mucha violencia, entre los partidarios de las ideologías y de las políticas que proponían e imponían los países del Norte, para elegir la vía que iban a seguir.
Con la crisis de la modernidad progresista (de sus prácticas y de sus principios de sentido), el problema del desarrollo tuvo que ser enteramente repensado. Los pueblos del Sur quisieron inventar su propia vía de desarrollo de manera completamente autónoma. Muchas veces, plantearon un modelo inspirado por las culturas singulares que fueron, y siguen siendo, las suyas, antes de la dominación imperialista ejercida por los países del Norte. Estas concepciones del desarrollo, defendidas hoy por muchos pueblos originarios (en particular en América Latina) ha sido llamada “teorías del Buen Vivir” (Sumak Kawsay (en Quechua).
El modelo de desarrollo, que yo propongo en el cuadro siguiente, es una síntesis provisoria, que yo retiro de mi experiencia personal (por lo tanto, es una hipótesis). Para mí, el desarrollo de una colectividad humana depende de la capacidad de sus actores (dominados y dominantes) de ponerse de acuerdo sobre algunas soluciones consensuales a los siete problemas vitales que les plantea su vida común. [16] Cada uno de estos siete problemas, efectivamente, necesita la colaboración ente estos actores dominantes y dominados, pero es también una fuente de desacuerdos profundos entre ellos, sobre las finalidades que tienen que ser alcanzadas, y por lo tanto, pueden causar conflicto, competencia y contradicción entre ellos.
Estoy profundamente convencido que, si “el mundo de hoy anda mal” (ver el punto I, 1) es porque, en la mayoría de los países (no en todos: hay algunas excepciones más o menos exitosas, y también intentos de desarrollo habitualmente saboteados y fracasados), ni los dirigentes económicos neoliberales, ni tampoco los dirigentes políticos en el poder, se preocupan realmente de otra cosa que de sus intereses particulares, es decir lo que figura en la segunda columna del cuadro de más arriba. Por lo tanto, lo repito, un movimiento social cívico, en cualquier país (de Norte como del Sur), debería ejercer sobre ellos una presión suficientemente fuerte para obligarlos a realizar también las finalidades del desarrollo indicadas en la tercera columna de este cuadro.
Por supuesto, es tarea de cada movimiento social cívico, en el país donde le toca actuar, negociar con los dirigentes políticos el contenido efectivo de cada una de las siete finalidades consideradas, y por lo tanto, de las leyes que tendrían que promulgar para obligar a la clase capitalista neoliberal a utilizar la riqueza en favor de un verdadero desarrollo del conjunto de la población. No hay soluciones universales.
d. Con cuales métodos…
Los métodos de lucha de ayer pueden ser consideradas como obsoletos: miles de personas ocupando las calles, destruyendo o degradando bienes colectivos o privados, enfrentando una represión excesiva con todos sus riesgos y sus consecuencias, son métodos de otros tiempos, que deberían ser abandonados.
Utilicemos las “armas” que nuestro adversario nos pone entre las manos. Hoy en día, con los adelantos de la tecnología, los movimientos sociales pueden ser mucho más eficaces sin necesidad de ser tan heroicos, y sin correr el riesgo de desprestigiarse ante la opinión pública. Las iniciativas de un movimiento social (por ejemplo la decisión de emprender una acción) pueden ser comunicadas a millones de personas en muy poco tiempo. Además, la huelga del trabajo, si bien sigue siendo útil en ciertas condiciones, puede ser ventajosamente reemplazada por otra mucho más eficaz: la huelga del consumo. Este tipo de huelga puede utilizar un método mucho más eficaz: el boicot. Si, por algún motivo específico, un millón de personas decidieran amenazar (con su teléfono portable o su computadora, y desde su casa) a un Banco con retirar su dinero, o amenazar a una empresa con dejar de comprar sus productos o sus servicios, su presión sería tan fuerte que obligaría a este Banco o esta empresa a tomar seriamente en cuenta sus reivindicaciones. ¿Qué haría entonces el dueño de la empresa? Dirigirse a los gobernantes para que promulguen ¡una ley que prohibiera el boicot! Y ¿cómo reaccionaria el movimiento cívico? ¡Boicoteando esta ley, con desobediencia pasiva!
[1] El autor de este artículo es un sociólogo belga, jubilado desde diecinueve años (tiene 84 años). Después de haber sido, durante treinta y cinco años, profesor de sociología del desarrollo, en la Universidad católica de Lovaina en Bélgica, el fue (hasta hoy) investigador emérito en sociología del cambio social y cultural y en sociología de la historia. Ha sido invitado, numerosas veces, como conferencista y profesor en la Universidad Complutense de Madrid y en varias Universidades latinoamericanas, sobre todo en Chile. Es también Presidente del CETRI: el Centro Tricontinental, fundado por François Houtart en 1976 en Lovaina-la-Nueva. Para saber más sobre y sus publicaciones, se puede consultar el sitio web de Wikipedia. [2] Por lo tanto, afirmar (como algunos autores, después de Marx, le repiten regularmente en cada etapa) que el capitalismo “cava su propia tumba”, que estaría en su “fase última” y que se “estaría muriendo”, solo sirve para darse ánimo y buena consciencia, pero no corresponde a ninguna realidad. [3] Chile (este “laboratorio del neoliberalismo”) multiplicó por cinco su PIB/per cápita, que paso de 5 000 a 25 000 $ entre 1990 y 2020. Pero seamos claro: esto es crecimiento económico, no es necesariamente desarrollo. [4] Yo llamo “contrato social” el conjunto de dispositivos instituidos por el Estado para permitir que todos los grupos de interés constitutivos de una colectividad humana puedan coexistir pacíficamente, negociando entre ellos compromisos aceptables entre sus intereses divergentes, con la garantía del Estado. [5] Este es el primer articulo de la Declaración de los Derechos del Hombre, proclamada el 24 de agosto de 1789 por la Asamblea Nacional, seis semanas después de la Revolución Francesa. [6] Es la idea central del Contrato social según J.-J. Rousseau. [7] Las utopías son necesarias y útiles. Los humanos necesitan soñar en “el mejor de los mundos” y por lo tanto, producen periódicamente nuevas utopías, que les permiten criticar, rechazar y combatir lo que sus dirigentes hicieron de… las utopías anteriores. El Renacimiento fue un tiempo fecundo en utopías (por ejemplo la de Thomas More). [8] El sociólogo francés Alain Touraine solía decir: “la modernidad ha sido inventada y responde muy bien a los intereses de “los hombres, adultos, blancos, ricos y heterosexuales”. Los que no cumplen una o varias de estas cinco condiciones son marginalizados. Y son “olvidados”, salvo si se ponen a gritar fuerte, y a molestar mucho para ¡reclamar sus derechos! Y, justamente, lo que paso en los años 1970 hasta 1990, fue el despertar de los (nuevos) movimientos sociales de todos estos “olvidados”. [9] El sociólogo alemán Roberto Michels llamó a este fenómeno “la ley de bronce de la oligarquía” porque es una tendencia inflexible (dura como el bronce) y que lleva siempre al mismo resultado: los elegidos terminan por formar una casta dominante (una oligarquía) que aliena y engaña a los electores. [10] Este cambio muy profundo de la concepción de la “vida buena” no es el primero en la historia de la cultura de Europa occidental. Hubo, por lo menos tres otros antes: entre el modelo cultural cívico de la Grecia clásica y el modelo cultural aristocrático de la Roma antigua; entre este último y el modelo cultural cristiano de la Edad Media; y entre este último y el modelo cultural progresista de la primera modernidad. Sin embargo, estas tres épocas de transición fueron mucho más largas que las que nos hicieron pasar al modelo cultural subjetivista. [11] Es porque este principio es el más importante de los que constituyen este modelo cultural que yo lo llamo “subjetivista”. [12] Esta distinción está tomada de Alain Touraine. [13] Sé que mi solución es reformista, de tipo socialdemócrata, yo lo asumo plenamente. Considero que las revoluciones, en la gran mayoría de los casos, solo cambiaron una clase dominante por otra que, a veces, fue peor que la precedente. [14] Esta definición me viene de Alain Touraine. Solo la he completado, añadiendo una cuarta componente. [15] Pretender que el consumidor está “libre” de comprar o no es otra mentira del neoliberalismo: la manipulación de la consciencia provoca una forma de “alienación” que es una forma de coerción más fuerte que su voluntad [16] Estas soluciones no tienen por qué ser necesariamente “modernas”. Muchos pueblos del mundo han resuelto estos problemas bien antes de la invención de la modernidad y dejaron, hasta hoy, el recuerdo de un alto nivel de civilización.
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