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Nosferatu: la sinfonía muda de la guerra

Actualizado: 5 oct 2018


Decadente, atroz, de apariencia escalofriante, Nosferatu se alejaba así de la imagen de Drácula, todo por cuestiones de derechos de autor, pues el director Friedrich Wilhelm Murnau (1888 - 1931) no tenía el suficiente dinero para comprar los derechos de la novela de Bram Stoker. De esta manera, Murnau decidió hacer una adaptación de la novela donde su protagonista asumió una apariencia monstruosa: el Nosferatu, que se oculta bajo la apariencia del inquietante aristócrata llamado conde Orlock.

Revisitar esta película en tiempos donde los estudios invierten millones de dólares en efectos especiales para sus películas de terror, ciertamente podrían aburrir a un público acostumbrado a películas atiborradas de estímulos visuales y sonoros. Nosferatu, cuyo subtitulo es “Una sinfonía de horror”, es una película muda y en blanco y negro de 1922, cuya fuerza está en la interpretación de su protagonista Max Schreck (1879 – 1936) y en la sensibilidad de su director para convertir una toma en una obra de arte visual.

Murnau fue un destacado discípulo del cine expresionista alemán que buscaba subrayar subjetivamente los caracteres expresivos de cualquier realidad, buscando en el sentido interno de las cosas una mayor profundidad emocional. El director jugó así con cada paisaje, la iluminación y las expresiones de sus personajes para dotar a la película de un particular sentimiento de angustia. Escenas como la sombra de Nosferatu al subir las escaleras, la aparición del Conde en el umbral de la puerta frente a una desesperada víctima, el paseo de Orlock por el ‘barco de la muerte’ o la demoniaca aparición del cochero negro en el bosque (que no resulta otro que Nosferatu) son algunos ejemplos de imágenes que han quedado grabadas en la cultura popular.

No obstante, las sensaciones de sufrimiento y desolación latentes en la obra van más allá de lo meramente artístico y expresan también las profundas heridas que dejó la Primera Guerra Mundial (1914 – 1918) en Europa. En efecto, habían transcurrido apenas cuatro años desde el fin de este conflicto bélico cuando se estrenó la película. Europa aún no despertaba de la pesadilla de aquel holocausto donde perecieron ocho millones de persona.

La Primera Guerra Mundial fue la indisimulable expresión de la irracionalidad humana en el naciente siglo XX, cuando aún se creía que la razón encaminaría al ser humano hacia una sociedad cada vez más perfecta. De esta forma, la disputa entre Francia y el Imperio Alemán por alcanzar la hegemonía en Europa desplegó una campaña bélica que involucró al resto de los países europeos y afectó al mundo entero.

El conocimiento científico y la tecnología fueron las grandes protagonistas de esta inusual guerra pues supuso un crecimiento de la industria armamentista que fue perfeccionando sus herramientas bélicas y creando nuevas: cañones de mayor alcance, granadas de gases venenosos, se utilizaron por primera vez tanques, submarinos y quizás la invención más ingeniosa del ser humano, el aeroplano, hizo sencilla la ignominiosa tarea de segar vidas.

La guerra no se redujo sólo a las victimas mortales, sino también que dejo huellas indelebles en las millones de vidas afectadas. El conflicto demandó a miles de jóvenes y adultos a enrolarse como soldados y como mano de obra en las factorías de armamentos, las cuales luego comenzaron a usar fuerza de trabajo femenina. Los medios de comunicación fueron totalmente controlados por los gobiernos y dirigidos hacia la propaganda chauvinista con el objetivo de insuflar sentimientos nacionalistas para que la población siguiese apoyando la guerra. Pero además, la conflagración podía llegar en cualquier momento sin el menor aviso, pues miles de bombas caían sobre las desprevenidas cabezas de los civiles europeos. Además, la logística militar fue ‘perfeccionando’ su sinfonía del horror arrasando cultivos, estaciones ferroviarias, depósitos, edificios y toda infraestructura -con habitantes incluidos- que presumiblemente podría favorecer al enemigo. La guerra no sólo destruyó lo material, sino que también corroyó al espíritu.

De esta manera, el ruido de las bombas, el estrépito de la artillería antiaérea, las sirenas de las ambulancias y los gritos languidecentes de miles de vidas inocentes, marcaron a los sobrevivientes que se hallaron socialmente desarraigados al culminar la guerra. El fin de la contienda en 1918 no significó un desenlace inmediato, pues sobre Europa se abalanzó ese año el hambre generalizada y una pandemia de gripe que se estima segaron la vida de más de 50 millones de personas. Y aquí nuevamente una referencia a la película y a una de sus escenas más sugerentes: la llegada del vampiro trae consigo la peste y las calles de la ciudad se inundan de muerte y de cortejos fúnebres que transportan féretros, algo que para el ciudadano europeo ya era bastante usual en la vida real.

Nosferatu se constituye así no sólo en una obra de alto contenido visual y artístico, sino también que representa documento visual de los efectos que trajo la Primera Guerra Mundial a Europa. Nosferatu fue y será entonces un testimonio de los horrores que trajo la guerra.



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