El 29 de enero el Presidente de la República sorprendió con un nuevo anuncio al país relacionado con el ámbito educativo. Entre las diferentes cuestiones manifestadas como el refuerzo de los valores en la escuela (aunque al inicio por radio y televisión), o la reducción de la carga burocrática para los docentes (excelente noticia aunque no resulta nueva en realidad), destaca, sin duda, la noticia de la reapertura de las escuelas rurales en el plazo récord de una semana (conforme el anuncio de Lenin Moreno. Es importante indicar que el 31 de enero el Ministro de educación aclaró que se abrirán 1000 escuelas en 2019).
Frente a esta nueva muestra de improvisación de parte del gobierno, me surgen algunas inquietudes:
1. ¿Existe algún estudio técnico respecto de la apertura de estas escuelas?
2. ¿Es posible reabrir más de 14000 escuelas rurales en una semana?
3. Si el gobierno tiene el empeño de reducir el presupuesto en educación, ¿cómo sostendrá el pago de los docentes?
4. ¿La infraestructura de las escuelas rurales es la adecuada para su reapertura?
5. ¿Existe un modelo pedagógico y formación adecuada para reasumir la formación unidocente?
6. ¿La llamada “Nueva escuela” terminó siendo la recuperación de la vieja escuela?
Las respuestas a estas preguntas podriamos imaginarlas, dado que ni en el anuncio oficial, ni en la información del Ministerio de Educación se ha indicado cronogramas, modelos, procesos y otros relacionados a la reapertura de los “miles” de planteles que cerró el gobierno anterior. Las respuestas de carácter político nuevamente permean las cuestiones importantes, en las que los parches solucionan pequeños problemas sin al menos una planificación de lo que se quiere en la educación a futuro.
Lo que planteo no es que las escuelas rurales no deban reabrirse, de hecho pienso que muchas de ellas deberían volver a existir, otras no. En cualquiera de los casos la cuestión debería sostenerse con estudios, no con ocurrencias. Decir, por ejemplo, que el argumento para la reapertura es que los estudiantes deben caminar largas horas a sus escuelas olvida que, por ejemplo, aún con la existencia de las escuelas rurales, los niños tenían que caminar largas distancias o movilizarse en canoa.
Como educador me parece una burla a los docentes que se pretenda solucionar problemas estructurales con anuncios que contentan a unos pocos y que finalmente “no devolverán la alegría a las comunidades” que, con escuelas o no, seguirán sufriendo los embates de la vuelta del neoliberalismo al Ecuador.
El asunto me trae a la memoria dos experiencias personales:
En Awaronko, en Cañar trabajé en una escuela rural. En ella había dos profesores: uno para los niños de primero a tercero; otro para los niños de cuarto a sexto. Los días en los que yo iba, en condición de voluntario, usualmente reemplazaba a alguno de los dos pues por por diversos motivos, aunque eran dos, nunca estaban completos. Otras ocasiones les apoyaba en el trabajo con niños de dos grados distintos. Lo que recuerdo, es que los docentes hacían lo que podían, poca pedagogía y atención para mantener grupos diversos al mismo tiempo. En algún momento inventaron un mecanismo que hacía que los grupos asistan por días según su grado. La virtud no estaba en dar clase a varios niveles al mismo tiempo sino en evitar el descontrol. Con suerte los estudiantes salían de ahí a luchar por un rincón en un colegio lejano.
En el transcurso de mi maestría visitamos la zona de la hacienda Totorillas en Guamote como parte del desarrollo de un trabajo de campo. En ella conocimos dos comunidades indígenas. En una de ellas habitaban los descendientes de los capataces de la Hacienda (indios libres), en otra los descendientes de los huasipungueros. El gobierno se propuso hacer una escuela del milenio en medio de las dos comunidades. La gente de la comunidad de huasipungueros manifestaba que ni siquiera enviarían a los niños a la nueva “gran escuela” para que no se encuentren con los hijos de sus antiguos maltratadores.
En el primer caso, la cuestión es clara. No puede haber escuelas rurales sin calidad, y esta no se encuentra precisamente en introducir las mismas en la lógica que todo lo estandariza. En el segundo caso, es notable que una respuesta aún más uniformadora, tampoco es la respuesta al problema. Cuando las soluciones a las cuestiones complejas no consideran la propia cultura e historia, poco se podrá hacer para una buena educación.
¡Que se reabran las escuelas rurales!, aquellas que tienen que ser abiertas y que se apueste por una educación de calidad, una educación que mire más allá de los intereses y que se asuma con la seriedad que amerita.
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