Con fecha 20 de febrero de 2019, el Ministerio de Educación del Ecuador, emitió un acuerdo que expide los “lineamientos para la reducción de las actividades administrativas de los docentes en el Sistema Educativo Nacional”. En resumen, el acuerdo expresa las “actividades sustanciales e irrenunciables a la función pedagógica del desempeño docente” y una serie de actividades que los docentes “no estarían obligados a cumplir”.
Excelente noticia para quienes día a día trabajan en las aulas de clase, y han tenido que “cargar” con lo administrativo de sus instituciones, dejando en segundo plano su principal función, la de ser docentes. Ahora bien, en este texto no quisiera centrarme únicamente en el hecho mismo de la reducción de funciones, sino en lo que la produce y lamentablemente la seguirá produciendo.
Reducir estas cargas -que efectivamente lo son- no es sino la ocultación de un síntoma, de cuya enfermedad aún estamos lejos de curarnos. Abordaré brevemente dos cuestiones que merecen la reflexión de los docentes, y de quienes no solo buscan “hacer” docencia, sino pensarla: 1. La estandarización de nuestros sistemas educativos (en la base) exige que el docente sea un técnico al servicio del Estado, y, 2. En consecuencia, la docencia seguirá minusvalorada.
El estándar es, en realidad, un concepto estadístico en el que se representan variables a medir y frecuencias. Por ejemplo, en los resultados de un examen se tienen al final diferentes casos relacionados a puntajes diversos, algunos obtendrán un puntaje mayor, y otros puntajes menores. Usualmente, una gran cantidad de personas se ubicará en valores intermedios, acercándose cada vez más al valor promedio, distribución que en los gráficos estadísticos se denomina “curva normal” o “campana de Gauss”.
La explicación resulta sobre manera importante, dado que la idea de estandarización pasa entonces por la noción de “normalidad”, espacio que los estadistas ubican en un +/- 38 % hacia cada lado de la media. Dicha región es lo que en los términos que nos ocupan expresa la medida estándar, de manera que aquello que se ubique por debajo de la misma, o muy por encima de esta, será considerado “anormal”.
Ahora, si bien es cierto que la estandarización es útil en muchos de los aspectos de la vida de un Estado, sobre todo porque facilita la eficiencia y la eficacia de las instituciones, es necesario indicar que en el ámbito de la educación, la misma tiene consecuencias importantes, dado que “la lógica de los números se filtra a variables cualitativas, forzando su cuantificación y derivando en un paradigma obediente a números, indicadores y estándares” (Molina, 2017, p. 71), cuestión que no solo toca el ámbito de la de gestión, sino que aterriza en los espacios en los que se desarrolla la práctica más pedagógica y didáctica.
La política educativa en el Ecuador, no ha permanecido lejana de esta mirada que propende a comprender como “normales” algunos aspectos de la realidad, aunque dicha normalidad sea concebida al interior de espacios muchas de las veces lejanos de aquellos en los que se los aplica. Es en este sentido que los estándares son construcciones, además concebidas al margen de los contextos, valga decir, en este caso, al margen de los centros escolares, y en la mayoría de las veces sin las voces de los estudiantes, docentes, autoridades, y demás actores que existen en el espacio educativo.
En consecuencia, cuando se habla de estandarización se está haciendo referencia a una realidad compleja que concibe ciertos aspectos de la realidad dentro de un rango de aparente normalidad, construida de manera externa, cuyos efectos prácticos son la “introducción” o bien la “exclusión” de un determinado sistema.
Estas diferentes técnicas o tácticas que van estableciendo rangos “normales”, se tornan además una manera de gestionar los diferentes procesos que existen, sobre todo en materia educativa. Dicho de otro modo, la estandarización, en su afán de normalizar, propenderá a medir dicha normalidad, estableciendo los mecanismos para ello.
Es el origen de la burocracia en la escuela, y aunque se reduzcan cargas, el sistema no deja de ser estandarizado. Estamos aún lejos de la aplicación del currículo que “abre puertas” a una mayor contextualización, y que declara: “Las instituciones educativas disponen de autonomía pedagógica y organizativa para el desarrollo y concreción del currículo, la adaptación a las necesidades de los estudiantes y a las características específicas de su contexto social y cultural”(MINEDUC, 2016, p. 15).
Por otro lado, la estandarización (aplicada incluso al currículo) genera una suerte de modelización del proceso educativo, en tanto el mismo responde a criterios externos, y no necesariamente pensados por el docente, lo cual favorece la imagen del mismo como un técnico, y no como un científico de la educación, imagen que se irá trasladando también a los estudiantes y sus familias, quienes, por esta razón, asumirán que pueden dar orientaciones a los maestros en las tareas que aquellos consideran “no hacen bien”.
Esto le quita valor a la función docente, un trabajo en el que la vocación juega un rol definitivo, y en que la creatividad es un recurso cotidiano. El círculo vicioso de la mirada estandarizada, la visión del docente como técnico, y el interés por controlar el currículo, no tendrá otra consecuencia que no sea la existencia de nuevas formas de burocratización, nuevas "cargas". Los médicos lo saben: atacar el síntoma nunca será suficiente.
MINEDUC, M. de E. del E. (2016). Currículo de los Niveles de Educación Obligatoria. Quito.
Molina, E. (2017). La Pedagogía Williams. Filosofía de una educación militante. Guayaquil: Inédito.
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