Hace un tiempo fueron socializados posibles cambios en la prueba Ser Bachiller, con el fin de mejorarla, posterior a un anuncio del presidente de la República que manifestaba una postura crítica sobre dicho examen. Aunque en su momento se trataron de cambios meramente de forma, hoy se discute la pertinencia o no del examen en sí mismo.
A continuación, retomo algunas de las ideas que desarrollé en aquel instante, dado que abordaban problemáticas afines. Espero, por supuesto, que aquellas sirvan para ampliar el debate, favorecer una mejor información, y mejorar la toma de decisiones en materia educativa, cuestión que, lamentablemente, ha reflejado la política de improvisación del actual gobierno ecuatoriano.
1. La naturaleza del examen
Hay dos cuestiones que vale la pena reflexionar, la primera está en la naturaleza misma de la prueba, cuestión que no podría obviar el análisis de la estandarización como política pública en el terreno de la educación; la segunda, es la dialéctica entre resultados y procesos como una problemática educativa que requiere aún de mucha reflexión.
La estandarización, en el campo de la educación, ha sido ampliamente criticada desde el mundo académico, pues convierte en números cuestiones que no pueden evaluarse sin recurrir a las cualidades de los sujetos (enteramente heterogéneos). Esto provoca que se establezcan rangos de aparente “normalidad” entre las personas que, medidos en escalas numéricas, establecen a su vez rangos de exclusión. Una prueba estandarizada parte del principio de que los sujetos que se evalúan pueden ser homogéneos, cuando la realidad es completamente diferente.
Por otro lado, el porcentaje que se asigna tanto a la prueba como a los mecanismos establecidos para medir el rendimiento académico, generan una especie de espejismo, entre el proceso y la realidad. La evaluación educativa comete usualmente el error de tratar de trasladar el resultado de una evaluación, que se mide por resultados, a una mejora de los procesos. Por ejemplo, frente a una mala evaluación en matemáticas, se asume que se debe mejorar la enseñanza de la materia, pese a que la prueba ha medido un resultado y no un proceso de aprendizaje, o aún mejor las metodologías utilizadas por el profesor.
El espejismo está en que la consideración de un mayor porcentaje al rendimiento académico no deja de inscribirse en resultados (aunque parciales). Esta no contempla otros factores, por ejemplo, que un estudiante sea un excelente músico, o deportista, o un buen orador. El proceso sigue sin evaluarse, cuando se consideran más resultados, en detrimento de una auténtica perspectiva que considere la” trayectoria” de los mismos y, por ende, ciertas habilidades.
Propuesta
Sobre el primer punto problemático que se ha comentado, la propuesta es evidente: hay que poner a la estandarización misma en la mesa de debate ¿Es esta la política que mejor funciona en el mundo educativo? Arropados como estamos, de versiones internacionales más amplias como PISA o PIAAC, pareciera que la única alternativa es continuar una política de estandarización, casi para preparar a los estudiantes a rendir estas pruebas. Sin embargo, múltiples experiencias exitosas en educación muestran que una mayor contextualización y libertad en el campo educativo pueden resultar mucho más significativas y obtener mejores resultados. La medición estandarizada cumple una evidente función de control estatal y permite en cierta medida, regular el acceso a la educación superior, en tanto “no hay plazas para todos”, y visibilizar esta problemática puede resultar mucho más complejo y perjudicial.
Sin embargo, es posible jugar entre la estandarización (como formato) y la contextualización, como alternativa pragmática. Por ende, las pruebas tendrían que poder adaptarse a diferentes realidades. Si el Ministerio de Educación y entidades relacionadas, están en la línea de transformación educativa y reducción de brechas, no dudo en que este puede ser un siguiente paso en la reflexión respecto del cambio del Ser Bachiller. Hace unos años, en Fe y Alegría, desarrollamos un sistema de evaluación de habilidades y conocimientos, que introdujo en las preguntas algunos niveles de solución. Es decir, una misma premisa tenía tres preguntas, con diferentes niveles, los cuales se calificaban según el contexto de los centros educativos, previamente calificados. Podría ser una alternativa que minimice los efectos, a veces perversos, de la educación estandarizada.
Por otro lado, es menester trabajar en la evaluación de procesos educativos, aún en las pruebas que miden el resultado de los mismos. Una alternativa, en este sentido, es la puntuación de otro tipo de actividades que desarrollan los estudiantes, en el curso de su “trayectoria académica”. Así, el asunto meritocrático que subyace a la prueba estandarizada será más democrático respeto de la consideración de las múltiples formas de aprender de los estudiantes, y de sus inteligencias diversas.
2. Habilidades y contenidos
Se hace necesario un poco de historia para poner en evidencia las dos fases previas que ha tenido, a grosso modo, el examen Ser Bachiller. Inicialmente se trataba de un examen exclusivamente orientado al acceso a la educación superior (muy similar a los exámenes psicométricos que se aplican en otros contextos) y, por ende, de un instrumento de medición de habilidades. Esto fue en parte por que se introdujo un discurso que concebía a la universidad como un espacio en el que los contenidos pasaban a segundo plano para dar prioridad a las habilidades que los permitan construir. Cabe decir, sin embargo, que este nunca ha sido el caso real de la Universidad ecuatoriana, como ya lo manifesté en un artículo anterior.
Luego, el examen se integró a otro de la misma naturaleza (quiero decir estandarizado) que se estaba desarrollando en los colegios para graduar a los estudiantes, y que comprendía los contenidos de las materias fundamentales, al menos desde la lógica del bachillerato general unificado. La razón de que en su momento existieron dos exámenes es que en Ecuador existen diferentes instituciones evaluadoras en el plano de la educación. El examen integrado posee una sección de “habilidades” y una de “contenidos”. Integrar las dos asumiendo que los unos no podrían separarse de los otros resulta interesante y novedoso, salvo por el hecho de que, en términos reales, la educación (al menos de manera generalizada), sigue centrada exclusivamente en contenidos.
Lamentablemente, incluso con la introducción del currículo por “destrezas con criterio de desempeño”, ha resultado muy difícil salir de una lógica en la cual los contenidos son el centro del aprendizaje. El riesgo es que el cambio a implementarse no logre finalmente desarrollar un examen que permita la utilización de los contenidos como medios, teniendo a las habilidades como fines, así como no lo logró el currículo, y muchos otros mecanismos implementados en la actualidad desde las diferentes instancias que trabajan estos mecanismos educativos en Ecuador. Para muestra, cabe decir que el modelo de planificación más extendido entre los educadores del país es el ERCA (experiencia concreta, reflexión, conceptualización, y aplicación), hilo aparentemente constructivista que ubica centralmente a los contenidos, haciendo que, de hecho, sea necesaria una planificación basada en “temas”, y no en “destrezas”.
Así, mientras se siga manteniendo este sistema, los estudiantes requerirán de un curso previo (que soluciona la falta de educación de doce años), para poder rendir una prueba cuyo único fin es obtener una silla en una institución de educación superior. ¿Por qué? Porque los preuniversitarios buscan aportar a las habilidades de estudiantes enteramente bombardeados de contenidos.
Propuesta
Por supuesto, dicho de este modo, la solución resulta compleja pues requiere volcar la mirada a la educación misma. En la actualidad tenemos un currículo, perfectible, pero bastante bueno, en tanto abre muchas puertas, y favorece una menor estandarización (en la práctica). Aunque el camino es largo, la formación de los docentes es enteramente necesaria, ya que favorecerá que estos asuman que su tarea no es la de ofrecer información (de modo bancario como bien decía Freire), sino de formar en habilidades concretas.
Ahora, si se quiere una cuestión más inmediata, y existe ya una propuesta de introducción de los elementos psicométricos en las áreas, considero que los exámenes tendrían que favorecer el uso de la información en la resolución de problemas. Esto, aunque puede requerir una fuerte inversión en personal técnico, tendrá efectos muy positivos en la evaluación, pues pondrá a prueba el uso de los contenidos en el desarrollo de las habilidades. Ahora, esto podría entenderse como un retorno a las pruebas exclusivamente de habilidades, aunque la lógica aquí es diferente, ya que plantea la necesidad de conocer para resolver una problemática, más allá del lenguaje o de las “lógicas” medidas en las clásicas pruebas psicométricas.
Finalmente, creo que el Ecuador debe plantearse, a un nivel más amplio, la fusión de los organismos de evaluación que existen, o que llevan cuestiones similares. De momento existen: 1) el Instituto Nacional de Evaluación Educativa (INEVAL) que es el responsable de la elaboración, aplicación y calificación de estos exámenes, 2) la subsecretaría correspondiente en la SENESCYT, y las entidades correspondientes en el MINEDUC, que deben trabajar en su articulación, y 3) a nivel más amplio, el CACES, que es la entidad que evalúa la educación superior.
Aunque parezca una propuesta muy amplia, cabe la pregunta de si una mejor articulación entre el modo en que se evalúa a las Universidades y el que se evalúa a los estudiantes de bachillerato, puede resultar positivo para la educación del país, más aún en este momento en el que la idea de “articulación de los sistemas”, ocupa un lugar importante en las dinámicas de organización estatal.
3. La cuestión de los cupos
Un problema que debe ubicarse en el centro del debate es el asunto de los cupos que tienen las universidades e instituciones de educación superior, y la cantidad de estudiantes que buscan un lugar en las mismas. Las expectativas de la población han cambiado significativamente y esto trae consigo nuevos problemas que no pueden reducirse a la existencia o no de un examen.
Año a año, rinden el examen Ser Bachiller más de 225 mil graduados, esto quiere decir que las universidades e institutos técnicos deberían sumar esa cantidad de cupos para poder recibirlos a todos. Sin embargo, haciendo un esfuerzo, todo el sistema llega a cubrir un 51% de esta demanda, en consecuencia, casi la mitad de las personas que rinden el examen no podrían acceder a la educación superior.
Sin embargo, el dato requiere de otras variables, por ejemplo, que las IES (instituciones de educación superior), no se encuentran distribuidas de modo equilibrado en el país, por lo que muchos sectores rurales se quedan sin acceso, o al menos la tienen muy difícil. Cuando a estas personas no se las educa mejor, sino que se les facilita el examen, lo que se obtiene es un posible desertor más. Cabe manifestar que una de las luchas que tienen las universidades públicas en el país es el de reducir los niveles de deserción, existente por muchos factores.
Otra variable, la selección de las áreas de estudio, puesto que, históricamente, quizá por el modo en que se han construido imaginarios sobre las mismas, hay carreras que todos quieren seguir, y otras, a las que nadie les ve futuro. Así, las universidades luchan por contar con cupos para medicina, enfermería, administración o jurisprudencia, mientras el país se llena de profesionales que compiten entre sí en un mercado cada vez más copado. De ahí que, frente a la selección de posibles carreras muchos jóvenes queden con la falsa idea de que el Estado les dice qué estudiar.
Así, la gran problemática del acceso es una cuestión aún sin respuesta, casi como para argumentar con una frase del todo simple, manifestada alguna vez por una funcionaria de educación superior: “lamentablemente, no hay sillas para todos”. En este marco, ¿qué tan factible resulta introducir un nuevo elemento a la competencia, tan cruel y de algún modo desigual?
Propuesta
Es necesario fortalecer la educación en el país, desde los niveles más básicos. Puede parecer reiterativo, pero es necesario volver sobre la idea de fondo de toda la cuestión. Si se pensara un plan de mucho impacto para la educación en sectores rurales, harían falta cada vez menos las acciones afirmativas. Si la educación promoviera mecanismos que favorezcan un verdadero trabajo sobre las habilidades de los estudiantes, no tendría que otorgarse puntos por otro motivo que no sea el académico.
Estos días, me preguntaban sobre el currículo, y me atrevo a pensar: ¿podremos armar un currículo enteramente en habilidades, utilizando las áreas únicamente como medios para alcanzarlas? Imagino un centro educativo en que se tome en serio el desarrollar de habilidades como fin, y en el que las materias sean, por ejemplo: lectura comprensiva, argumentación, análisis, comparación, etc., (un buen equipo de pedagogos tendría que definir estas habilidades), y en ellas, los contenidos orientados a la habilidad. Por ejemplo, en “comparación” pueden utilizarse textos históricos que hablen de un hecho desde dos puntos de vista, o bien, dos poesías de un mismo autor, trascendiendo de este modo la idea de que solo se puede educar en medio de un sistema que compartimenta la realidad en áreas científicas.
Lo de fondo: es necesario fortalecer la educación. Mientras, dos cuestiones: 1) se debe trabajar en el aumento de cupos en las IES, un par de años atrás se hacía un espectacular trabajo al respecto. 2) se debe trabajar en cambiar los imaginarios sobre ciertas carreras “tradicionales”, para que cada vez más personas opten por carreras nuevas. El problema es que pensamos una carrera en presente y no reflexionamos con los estudiantes el futuro próximo que les tocará vivir. Analizar datos sobre la competencia laboral y la adaptabilidad del estudio al empleo en los colegios, puede ser sin duda, muy significativo.
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